Pieza del mes - Agosto 2020 - Museo Colonial
Naveta
Anónimo
Plata laminada y cincelada
12,8 x 5,8 x 16,5 cm
Siglo XVIII
Durante el periodo colonial, las iglesias y conventos fueron grandes
comitentes y mecenas de diversas piezas en plata y oro que servían para la
celebración del culto religioso y el ornato de iglesias e imágenes. Así, a lo
largo de los siglos XVI,
XVII y XVIII se labraron custodias, cálices,
cruces, acetres y otros objetos litúrgicos con diversidad de piedras y metales
preciosos. La materialidad de estos objetos se valoraba, en gran parte, por su simbolismo,
pues al ser labrados en metales nobles se los consideraba dignos de
contener el vino de la consagración, la hostia o ciertas resinas sagradas
utilizadas en la celebración de la liturgia. El uso de estos materiales en la
elaboración de estas piezas —y no de otros como el plomo o el estaño— garantizaba
el cumplimiento de las disposiciones establecidas en el Concilio de Trento (1545-1563).
Junto con la nobleza del material, su brillo creaba una serie de efectos
lumínicos que reforzaban los mensajes simbólicos que se buscaba transmitir
mediante estas piezas. Ejemplo de esto son los resplandores y aureolas que coronan
imágenes de santos y santas, pues gracias a ellos se hacían visibles de modo
simbólico la divinidad o santidad de estos personajes.
Esta naveta es un ejemplo de la relación existente entre el material y
su uso. Por lo general, este objeto se utilizaba para guardar el incienso, resina
que al quemarse cumplía la función de purificar el espacio y que fungía a la
vez como un símbolo de las plegarias del creyente que, a semejanza del humo
aromático del incienso, ascienden al cielo. Siendo este el simbolismo sagrado
del incienso, el recipiente que contuviera esta resina debía estar elaborado en
un material noble, como la plata. Generalmente a las navetas las acompañaba una
cuchara, utilizada para introducir la resina en el recipiente o sacarla de allí
para disponer de ella.
La relación simbólica entre material y objeto no concierne solo al uso
asignado al recipiente, también se refleja en la forma que se le daba. El
nombre naveta deriva del latín navicŭla, ‘barco pequeño’, en español, y se relaciona con la forma
de la pieza, alusiva esta a la metáfora medieval de la Iglesia como una nave —o
barca— de redención. Es de ver que esta forma particular comenzó a usarse a
partir del siglo XIII,
momento en el que se popularizó dicha metáfora. El ejemplar del Museo Santa
Clara se compone de tres partes: la primera, el recipiente con una
sencilla decoración floral y una tapa curvilínea; la segunda, el corto soporte
tubular, que une la parte superior a la inferior, y finalmente, un pie
circular plano y liso que da soporte al conjunto.