Durante el periodo colonial los retratos fueron
utilizados con diferentes finalidades. Una de las principales era la de componer
una imagen fiel de los retratados. Lo anterior no significó que en este género
de pinturas se mostraran los rasgos físicos de la persona tal y como eran. En
muchos casos, la presencia de diversos símbolos, como escudos, inscripciones u
otros elementos iconográficos, resaltaban las cualidades del sujeto.
Algunas religiosas fueron retratadas en momentos
especiales de su vida. Así, fue común que en territorios como la Nueva España,
se las mostrara al momento de la profesión o en los aniversarios de la toma de
sus votos, señalando con esto el inicio de su vida espiritual. En cambio, en la Nueva Granada fue más común
representarlas al momento de su muerte y coronadas con flores, para señalar uno
de los instantes más importantes de su existencia: la unión espiritual con Cristo.
El Museo Santa Clara conserva una imagen muy
particular: el retrato de Antonia Pastrana y Cabrera. Ubicado en el
costado oriental de la nave central del antiguo templo, a la fecha es el único
retrato conocido que representaría el momento de profesión de una monja. Gracias
a información documental, se tiene testimonio de la presencia de Antonia
Pastrana y Cabrera, y la de sus hermanas, en el convento de Santa Clara en
Santafé, a mediados del siglo XVII.
Varias de ellas ocuparon cargos importantes dentro del convento, como el de
abadesa. Es posible que esta pintura entrara como parte de su dote.
Algunos detalles de este retrato destacan
especialmente. Resalta, por ejemplo, el hecho de que la retratada utiliza un
hábito dominico —compuesto por el hábito blanco y el velo negro— en lugar de
vestir el hábito de las clarisas —conformado por la túnica franciscana atada
por un cordón de tres nudos y un velo negro—. Esto se debe a que la retratada inició
su formación en el convento femenino de la orden de Santo Domingo, el convento
de Santa Inés.
Sobresalen también las piezas de joyería: los aretes
y collar de perlas y la cruz de oro con posibles esmeraldas engastadas, pues
por medio de estos elementos, se pone de manifiesto la pertenencia de la
retratada a un estamento social alto. Es importante recordar que si bien las reglamentaciones
eclesiásticas señalaban la pobreza y austeridad que debían observar las monjas,
en muchas ocasiones ciertas prácticas iban en contravía de estas regulaciones.
Finalmente, gracias a la restauración realizada en
1987 por el antiguo Centro Nacional de Restauración, se descubrió que tanto las
rosas como el Niño Jesús que acompañan a Antonia Pastrana fueron repintes que
convirtieron este retrato en una imagen de santa Rosa de Lima niña. Otro
detalle también salió a la luz con este proceso: una inscripción con el nombre
de la retratada, que había sido cubierto por un repinte.