Escritorio papelera Taller de Miguel de Acuña (atribuido)
Madera enchapada con marfil, carey y hueso
45 x 30 x 67 cm
Siglo XVII
El escritorio papelera era un mueble sin tapa y con cajones en el frente, en el que se guardaban objetos para escribir, así como joyas y elementos de gran valor, como consta en varios inventarios y testamentos coloniales.
Durante el periodo colonial se le llamaba escritorio, arquilla, contador o escribanía; aunque hoy en día se les conoce como bargueño. Este término fue utilizado por primera vez a finales del siglo XIX por Juan Facundo Riaño en el catálogo de objetos artísticos españoles del Victoria and Albert Museum, para hacer referencia al pueblo de Bargas, cerca de Toledo, donde él afirma que tiene origen la fabricación de estos escritorios. Aunque es popular, el término bargueño no es el adecuado, pues no aparece en ningún diccionario o documento de los siglos XVI, XVII y XVIII.
El Museo Colonial de Bogotá cuenta con una importante colección de escritorios de esa época, que presentan diferentes tamaños y características de fabricación. Este en particular era de asiento y no de viaje, lo que evidencia el origen urbano de su dueño original; y según Luis Alberto Acuña, director del museo entre 1954 y 1967, es atribuido a Miguel de Acuña, el mismo maestro que talló el antiguo retablo y el púlpito de la Capilla del Sagrario.
Está elaborado en carey y taracea de madera, y sus cajones presentan grabados sobre hueso con imágenes religiosas de San Francisco y San José con el niño, así como otras relacionadas con el bestiario, entre las que figuran algunos mamíferos (asno, hiena, mono, leopardo, león, oso, perro, zorro, tigre, elefante y ciervo); y un grifo, el único animal fantástico que figura en este bargueño, también conocido como “escritorio del bestiario”.
Más allá del fin ornamental, estas imágenes fueron seleccionadas por su significado en la iconografía religiosa cristiana, presente en varios tratados sobre bestiarios y emblemática que circularon en Europa desde la Edad Media. Estas imágenes tenían una función moralizante, pues a través de ellas se enseñaban virtudes y defectos que un cristiano debía o no seguir.