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Virgen de Guadalupe extremeña
Anónimo
Óleo sobre tela
66 x 44,5 cm
Siglo XVII
 
Dentro del equipaje de las huestes españolas que se embarcaron hacia América no solo había provisiones y pertrechos. Embolsadas en sus maletas también era frecuente encontrar numerosas imágenes religiosas que servían como amuleto contra los peligros de un mundo desconocido. La devoción hacia estas imágenes derivaba del rol protector que se les confirió durante los procesos de Reconquista de la Península, encaminados estos a erradicar la ocupación musulmana.
 
Una de las imágenes veneradas por los conquistadores fue la “Virgen de Guadalupe extremeña”, talla en madera del siglo XII perteneciente a la serie de Vírgenes negras que se esculpieron durante esta época en Europa Occidental. Según la tradición, esta escultura fue tallada por san Lucas. Más adelante, el papa Gregorio Magno la donaría a san Leandro, obispo de Sevilla, ciudad en la que fue venerada hasta la invasión musulmana de 711. Cuenta la leyenda que durante el asedio, unos sacerdotes lograron esconder la imagen en una serranía de Extremadura, en las márgenes del río Guadalupe. Allí estuvo oculta hasta que, hacia 1330, la encontró un pastor de la región, Gil Cordero, a quien la Virgen le manifestó su deseo de erigir en ese lugar un templo consagrado a ella. Estos hechos milagrosos despertaron la devoción tanto de los extremeños, como del rey Alfonso XI de Castilla, quien se acogió a su protección en la batalla del Salado (1340). La victoria castellana en esta contienda dio fin a las invasiones musulmanas.
 
Para 1492, la Virgen de Guadalupe se había convertido en un símbolo de la Reconquista y tenía numerosos fieles, dentro de los que se contaban los Reyes Católicos y Cristóbal Colón. Este último visitó el santuario guadalupano varias veces antes del Descubrimiento y se encomendó a la llamada “Morenita” para que lo socorriera durante las tormentas y otros momentos de tribulación que experimentó en su viaje al Nuevo Mundo.
 
De esta manera, la devoción por la Virgen extremeña llegó a América junto con grabados, retablos y lienzos en los que se representa la escultura milagrosa, y que son conocidos como “verdaderos retratos”. En estas imágenes, como la que hace parte de la colección del Museo Santa Clara, se ve a la Virgen entronizada con el Niño Jesús en el regazo. La “Morenita” descansa sobre una peana rodeada por ángeles, vestida con un manto de forma cónica exquisitamente adornado.