Santa Filomena, virgen y mártir
Blas Borda (firmado)
Óleo sobre tela
35 x 48 cm
1840 (fechado)
El culto de esta santa mártir griega data del siglo XIX, después del hallazgo de sus restos en 1798, en las catacumbas de Santa Priscila, bajo la inscripción “Pax tecum Filumena” (la paz sea contigo, Filomena) y su posterior traslado a la parroquia de la Virgen de la Gracia de Mugnano. Sin embargo, su iconografía y devoción siguen la línea de las santas más populares del periodo colonial.
Lo poco que se conoce de ella está basado en las revelaciones de la monja María Luisa de Jesús, quien afirmaba que la santa se le había aparecido y le había narrado los acontecimientos de su vida y su martirio.
De acuerdo con este relato, Filomena era hija de un príncipe cristiano griego. Cuando tenía trece años, acompañó a su padre ante la corte del emperador Dioclesiano, quien quiso desposarla y obligó a su padre a ofrecérsela en matrimonio. Pero Filomena se resistió, diciendo que su vida y su virginidad le pertenecían a Jesús. Furioso, el emperador ordenó encadenarla y encerrarla en prisión. Posteriormente fue torturada y flagelada públicamente. Como la creyeron muerta, iba a ser arrojada a un río atada a un ancla, pero milagrosamente fue salvada por unos ángeles, quienes también la curaron. Por orden del emperador, la atacaran con flechas y posteriormente fue decapitada.
La hagiografía de esta santa retoma algunos temas comunes en las vidas de algunos de los santos más populares del periodo colonial. Santa Bárbara también rechazó en matrimonio a un príncipe pagano con quien su padre la quería obligar a casar, San Sebastián fue torturado con flechas y Santa Catalina de Alejandría fue decapitada de la misma forma que Santa Filomena.
En esta imagen del Museo Colonial, fechada en 1840, la está santa recostada en una urna de cristal, ataviada como una princesa, con un rico vestido, lleva en su mano la palma del martirio, una corona de flores y una flecha como símbolo de su martirio.
Debido a la rapidez con la que aumentó el culto a esta mártir después del descubrimiento de sus restos, fue canonizada en 1837 por el Papa Gregorio XVI.