Nuestra Señora de Chiquinquirá
Pieza anónima
Óleo sobre tela
61 x 84 cm
Siglo XVII
La población católica santafereña de los siglos XVII y XVIII mostró especial devoción por las imágenes marianas. El culto a la Virgen, que ya antes de su llegada al territorio americano contaba con una larga tradición en España, se afianzó aún más gracias a los postulados del Concilio de Trento (1534-1563), que respaldaban su difusión. Así impulsada, la imaginería mariana aumentó. El actual Museo Santa Clara de Bogotá conserva en su acervo un amplio conjunto de piezas de este tipo. Una de ellas es esta pintura dedicada a la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
El pintor Alonso de Narváez compuso la imagen original en 1562 por encargo del español Antonio de Santana, encomendero de Suta, población que para el siglo XVI se encontraba bajo el dominio espiritual de la orden Dominica. Sobre una manta de algodón, el artífice representó una Virgen del Rosario en el centro de la composición; a su derecha retrató a san Andrés y a su izquierda a san Antonio de Padua. Este mismo modelo iconográfico lo observamos en esta pieza del mes.
Las condiciones climáticas a las que se sometió la obra en sus primeros años hicieron que se oscureciera, razón por la cual fue abandonada en Chiquinquirá. Pese a su mal estado, la andaluza María Ramos restituyó su uso en el austero templo que allí se ubicaba. Cuenta la leyenda que, atendiendo a las súplicas de la mujer, quien alegaba no tener ante quien confesarse y comulgar, el 26 de diciembre de 1586 la pintura se renovó y levitó, emitiendo resplandores.
La presencia indígena suele ser una constante en las historias de las imágenes milagrosas americanas. Según las leyendas, los nativos se convertían rápidamente en fieles devotos, situación que se habría repetido también con esta iconografía. En este caso, el hecho que le dio a la imagen de la Virgen de Chiquinquirá su aura de prodigiosa habría sucedido frente a los ojos de la indígena Isabel y de un niño, quienes avisaron a María Ramos de la situación.
Tras su prodigiosa renovación, se le atribuyeron a la imagen poderes milagrosos, por lo que dicha advocación local comenzó a funcionar como una poderosa herramienta de evangelización y, a su vez, como legitimadora del poder de los dominicos en territorio neogranadino. Tanta fue la fuerza que ganó la devoción a la Virgen de Chiquinquirá como copiosa la reproducción de su estampa. Algo semejante habría ocurrido con otras advocaciones surgidas en territorio americano.
Hoy, la imagen de la Virgen de Chiquinquirá es inherente a la religiosidad popular colombiana. No solo miles de fieles peregrinan a su basílica para rendirle culto y hacerle peticiones, su iconografía también se ha convertido en un bien de consumo, comercializándose en gran cantidad de productos como estampas, almanaques, medallas y escapularios a los que aún se les atribuye un poder protector, tal como ocurría con la imaginería en el sentir colonial.