San Antonio de Padua
Pieza anónima
176,5 x 105 cm
Siglo XVII
San Antonio de Padua (1195-1231) fue un santo portugués que se unió a la orden franciscana poco tiempo después de su fundación, en 1209. A lo largo de su vida recorrió diversos países de Europa difundiendo su fe en Cristo y los valores que rigieron a la orden franciscana: la pobreza, la oración, el ayuno y la penitencia, principalmente.
La iconografía del santo fue de las más difundidas en la América Colonial, luego de que sus imágenes arribaran a la Nueva Granada con los evangelizadores franciscanos. La orden de Santa Clara, extensión femenina de la Primera Orden de san Francisco de Asís, mantuvo estrecha relación con esta rama masculina desde el siglo XIII y siguió las virtudes y espiritualidad franciscanas. Seis imágenes de este santo, entre pinturas y esculturas, se disponen en los muros y retablos del antiguo templo clariano de Santafé, hoy Museo Santa Clara.
Esta pieza retrata una de las escenas más representadas de la vida del santo, en la que un amigo que lo hospedaba observó por el agujero de su cerradura y fue testigo de cómo ante el franciscano se aparecía el Niño Jesús. El santo, arrodillado, se inclina hacia Jesús; en su mano derecha sostiene un ramo de azucenas, símbolo de pureza y humildad. Entre los dos sostienen una cartela en la que se muestra un fragmento del oficio litúrgico rimado, escrito en 1233 por fray Julián de Espira (?-1250). En este texto, el franciscano honra a san Antonio y recuerda algunos de los milagros más famosos que se le atribuyen. A los pies del santo se observa un libro abierto. Este probablemente alude a sus numerosos escritos teológicos, que le valieron, en 1946, el nombramiento de doctor de la Iglesia, por parte del papa Pío XII.
Uno de los últimos lugares en los que Antonio predicó, fue la ciudad italiana de Padua, donde ejerció su labor con gran devoción. Allí escribió y predicó gran número de sermones, discursos u oraciones realizados para que el sacerdote predicara ante los fieles durante el culto cristiano, buscando la enseñanza de la doctrina.
Durante el periodo colonial, en un contexto que buscaba difundir la religión entre la población nativa americana, criolla y aquellos europeos que arribaban a este territorio, los sacerdotes proclamaban sus sermones en español con la finalidad principal de promover un modelo de comportamiento y de sociedad acorde con los ideales de la Iglesia, cuyo centro era la devoción religiosa.
Los sermones fueron también herramientas para difundir ideales políticos; con ellos se impulsaba a la sociedad neogranadina a adaptarse a la política imperialista española sin desarrollar ningún tipo de opinión contraria. Sin embargo, con la Independencia, las opiniones políticas de los sacerdotes solían filtrarse en sus sermones, en los que explícitamente apoyaban a uno u otro bando. La palabra oral, entonces, fue una de las diferentes formas en las que se difundió el conocimiento; hoy sigue siendo esencial para nuestra vida cotidiana.