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Taza gallineta 
Rosa María Jerez 
Cerámica cocida, pintada con engobes y modelada 
20 x 15 cm 
2016 

 

Tres piezas cerámicas modeladas por la artesana boyacense Rosa María Jerez ingresaron a la colección en 2016 con el fin de testimoniar uno de los saberes heredados de los indígenas y que perviven en el presente. Una de las tres piezas es Taza gallineta. 

El oficio de fabricar objetos en barro cocido lleva el nombre de alfarería, su práctica desempeñó un papel fundamental en las comunidades indígenas que habitaban el territorio conocido posteriormente como Nueva Granada: con ella produjeron objetos de uso cotidiano y ceremonial. En el altiplano cundiboyacense, los primeros registros de trabajo de la cerámica encontrados en excavaciones arqueológicas datan del periodo Herrera (siglo VIII a.e.c. a VIII e.c.). Fue en un periodo posterior que los grupos muiscas se asentaron en este territorio, siendo notoria la patente destreza de sus técnicas de alfarería. 

Durante el periodo colonial, la práctica alfarera se mantuvo vigente, incorporando técnicas europeas como el vidriado con plomo. Sin embargo, este mercado debió competir con el comercio de piezas en porcelana provenientes de Asia, las cuales tuvieron gran difusión entre las personas más pudientes de la sociedad. 

La obra de Jerez constituye un ejemplo representativo de la continuidad y vigencia de este saber tradicional muisca hasta la actualidad. Hoy, las técnicas tradicionales de alfarería, presentes en esta pieza y caracterizadas por la ausencia de moldes y torno, continúan siendo empleadas por numerosos artesanos, especialmente por los que habitan poblaciones como Ráquira, en Boyacá, uno de los centros en los que, desde el asentamiento muisca, se trabajó y comerció el barro. Jerez, originaria de este último departamento, aprendió su oficio desde temprana edad, gracias a que su madre le transmitió sus conocimientos. 

Así, desde joven, la maestra alfarera emprendió una exploración creativa de las posibilidades expresivas de la arcilla, desarrollando diseños que integran elementos de la herencia indígena, la iconografía cristiana y motivos propios, surgidos de su proceso artístico individual. Sin embargo, en piezas como la Taza gallineta, podemos ver, además, aspectos representativos de la vida campesina, lo que evidencia una síntesis entre tradición cultural colectiva y expresión personal del artífice. 

Presente en gran parte de nuestro país, la figura de la gallina es un símbolo representativo de la vida rural, pues forma parte del entorno diario del campesinado. Su cacareo y movimientos alrededor de las casas son parte del paisaje sonoro y visual de pueblos y veredas. A su vez, al hacer parte de la dieta básica, permite tanto la autonomía alimentaria de las familias que las crían y como la generación de recursos, en caso de vender las aves o sus huevos.